Ensombrecida por la Guerra Civil de Siria y por una crisis griega cada vez más acentuada, Turquía vivió el pasado 7 de junio unas elecciones que suponen un cambio de paradigma en la política interior y exterior del país. Siguiendo la tradición de una alta participación (del 83,92%), el Presidente de Turquía (Recep Tayyip Erdoğan) vio truncadas sus expectativas de reformar la Constitución y avanzar hacia un sistema presidencialista. Ahmet Davutoğlu, delfín del propio Erdoğan, antiguo Ministro de Asuntos Exteriores, y candidato del islamista Partido de la Justicia y el Desarrollo, no tuvo suficiente con el 40,97% de los votos y los 258 escaños conseguidos, quedándose lejos de los 327 con los que se erigió Erdoğan en 2011 (con un 49,83% de los votos) y de la mayoría absoluta cifrada en 276 de los 550 escaños. En referencia a las otras formaciones políticas, el kemalista y socialdemócrata Partido Republicano del Pueblo (CHP), liderado por Kemal Kılıçdaroğlu, vio cómo la bajada del AKP no se transformaba en un aumento del número de apoyos y obtuvo el 24,95% de los votos y 132 escaños, un poco menos que 25,98% de los votos y los 135 escaños cosechados en 2011. En lo que respecta Partido de Acción Nacionalista (MHP), formación liderada por Devlet Bahçeli y conocida por su oscuro papel en los turbulentos años 80, pasó del 13,01% al 16,29% de los votos, un aumento que los lleva de los 53 a los 80 diputados en la Gran Asamblea Nacional de Turquía. Sin embargo, el gran vencedor de la noche electoral fue el Partido Democrático de los Pueblos (HDP). La formación kurda, co-liderada por Selahattin Demirtaş y Figen Yüksekdağ, se plantó con un 13,12% de los votos y 80 escaños, justo por encima del 10% de umbral nacional que fijó el ejército tras el sangriento golpe de Estado ocurrido el 12 de septiembre de 1980.
Tras 12 años de hegemonía política y una gran estabilidad producida gracias a las mayorías absolutas cosechadas por el Partido de la Justicia y el Desarrollo, el Presidente Recep Tayyip Erdoğan vio truncada su aspiración de elaborar una nueva Constitución que le permitiera acaparar más poder, dependiendo ahora de los kemalistas del CHP y los ultranacionalistas del MHP para formar un gobierno. Finiquitada ahora la cuestión constitucionalista, Turquía mira de reojo a un pasado poco acostumbrado a los grandes pactos políticos. Todavía hoy rezuma el período vivido entre 1991 y 2002, donde se vivieron cuatro elecciones generales, nueve votos de confianza, seis primeros ministros, e incluso un sutil golpe de Estado que obligó al ex-presidente liberal-conservador Süleyman Demirel (recientemente fallecido) a hacer caer al Primer Ministro islamista Necmettin Erbakan en 1997. Con este panorama previo a la creación del AKP, y teniendo en cuenta que Turquía ha vivido golpes de Estado en 1960, 1971, 1980 i 1997, no es de extrañar que Erdoğan vaya con pies de plomo a la hora de escoger a sus socios de gobierno, pues debe de afrontar la más que posible intervención militar en la Guerra Civil de Siria, negociar la paz con el Partido de los Trabajadores del Kurdistan, calibrar su política exterior, y a la vez conseguir un gobierno que sea capaz de mejorar las perspectivas económicas del país. El paso de partido dominante a una coalición mínima ganadora es muy complicado con un historial político como el turco.
Como he comentado al principio del artículo, los resultados de las elecciones turcas del 7 de junio suponen un cambio dentro y fuera del país. Por una parte, el Partido de la Justicia y el Desarrollo ha caído cerca de un 10%, un pequeño toque de atención que se da justamente por parte de la comunidad kurda. El mayor porcentaje de caída del AKP se produce en las provincias de mayoría kurda, justo de manera proporcional al aumento de apoyos al HDP. Así, este toque de atención tiene dos consecuencias a nivel interior: el nuevo gobierno se enfrentará al dilema de dar una mayor autonomía a las zonas de mayoría Kurda -pactando con el CHP y el HDP pequeñas reformas federales- o escoger una vía dura con el MHP y no ceder ante los kurdos del HDP y el PKK (el Partido de los Trabajadores del Kurdistan, la organización terrorista enfrentada con el gobierno turco desde los años ochenta) a la hora de encontrar una solución pacífica al conflicto que vive la región.
El más que posible Primer Ministro Turco, Ahmet Davutoğlu, no solamente tendrá que hacer un cambio de rumbo de la política interior, sino que a nivel exterior la política de Erdoğan podrá verse pivotada entre la que proyecte el CHP y el MHP. De este modo, nos encontramos ante dos opciones totalmente distintas. En caso de finalizarse un pacto con los kemalistas del CHP, Kemal Kılıçdaroğlu ocuparía el Ministerio de Exteriores de la República de Turquía y cortaría con la tendencia llevada por el AKP desde el inicio de las primaveras árabes. Por ejemplo, abandonaría el apoyo diplomático a los rebeles de Libia y se posicionaría junto a la Unión Europea apoyando al General Hafter, normalizaría las relaciones con Egipto e Israel, controlaría más las fronteras, dejaría de dar apoyo a los rebeldes sirios, y tendría un papel más relajado con Siria e Iraq. En definitiva, saldría del avispero en el que se ha convertido la política exterior turca (y la región) y relajaría las pujantes relaciones con Rusia acercándose de nuevo al tradicional atlantismo turco. En caso de dejar al MHP (el cual ya ha facilitado la presidencia del Parlamento) la política exterior, Turquía podría ver recrudecido el conflicto con los kurdos, pues una intervención militar sobre Siria complicaría mucho la situación de éstos dentro y fuera de sus fronteras. Con una política exterior liderada por el MHP, Turquía podría guiarse con una tendencia aislacionista que les alejaría de la propia OTAN, la UE, e incluso de su reciente socio comercial ruso, por no decir que sería inevitable un aumento del nacionalismo que podría llevar a enfrentamientos como los que vivieron griegos y turcos por el islote de Imia/Kardak en 1996.
Turquía vive tras las elecciones generales del 7 de junio tiempos de incertidumbre a nivel interior y exterior. Tras doce años de hegemonía del AKP, con Recep Tayyip Erdoğan liderando a su país por tierra mar y aire, de golpe se encuentra que su política de aires otomanos necesita de pactos con los atlantistas del CHP o los aislacionistas del MHP. Con una estabilidad interna que nada tiene que envidiar a la vivida en los años 80 y 90, el reto está en ver si sus socios de gobierno pueden hacer cambiar el rumbo de la política exterior turca. De momento habrá que esperar a que el AKP se decida por alguno de los posibles socios.