Si Oriente Medio es una fiesta sin control, Turquía es una gangbang. No es que quiera parecer grosero, pero esta es la mejor manera de describir la política exterior turca de los últimos meses. Este artículo -como el lector habrá adivinado leyendo las primeras líneas del texto- no es el clásico análisis post-electoral, sino que intenta ir un poco más allá.
Desde su fundación como república en 1923, Turquía ha vivido un gran contraste entre su política interior y exterior. Internamente, el país ha sido desde siempre un gran polvorín; desde la forma de librarse de las potencias que ocupaban el núcleo del antiguo Imperio Otomano, hasta el genocidio que sufrieron las minorías griega, armenia, y asiria, y la tormentosa historia que ha tenido más adelante, especialmente con los diferentes golpes de Estado, la persecución a grupos de izquierda y el conflicto con los kurdos. No obstante, a nivel exterior, la experiencia de la Primera Guerra Mundial los llevó a ser un país caracterizado -dejando de lado las astracanadas con los griegos- por una gran habilidad hasta el día de hoy. De hecho, esta política exterior tan típica del kemalismo choca de frente con la historia del país y con el liderazgo reciente de Recep Tayyip Erdoğan.
Hace dos semanas fuimos testigos del resurgimiento del debate sobre la entrada de Turquía a la UE. Esta vez -en medio de una crisis humanitaria terrible y unas elecciones marcadas por la violencia en zonas de mayoría kurda- Angela Merkel proponía la entrada rápida de los turcos en el club europeo a cambio, eso sí, de mitigar la entrada de más refugiados. De repente habíamos vuelto al 2000, con la diferencia de que había gato encerrado. Para entender todo esto mejor debemos repasar el rumbo que ha tomado Turquía y sus adversarios durante los últimos meses.
Erdoğan tenía su plan nuclear
Cuando el pasado mes de julio el 5 + 1 llegó a un acuerdo para tratar la cuestión nuclear iraní, todo el mundo se centró automáticamente en las tradicionales quejas de Benjamin Netanyahu. Sin embargo, el gran problema no se encontraba en Israel, sino en todas las potencias regionales suníes: ellas también querían jugar con la energía nuclear. Si bien los Emiratos Árabes Unidos, Qatar y Bahrein quedan como los eternos aspirantes regionales de los petrodólares, Arabia Saudí y Turquía tienen, a nivel geopolítico y demográfico, la fuerza suficiente para emprender un programa nuclear. De hecho, mientras se llegaba al acuerdo final, iban saliendo a la luz intenciones de viejos proyectos.
En el caso turco, se ha intentado contrarrestar el Programa Nuclear Iraní mediante la construcción de dos centrales nucleares; una de tecnología rusa y otra de japonesa. La primera de todas, proyectada por Rosatom, ha venido acompañada de la opción de una tercera central nuclear y la firma de un tercer gasoducto que podría dejar al binomio Gazprom-Rosatom con el control del 74% del mercado energético turco. Esta estrategia no ha sido muy acertada a nivel geopolítico, especialmente si tenemos en cuenta que Siria e Irán (enfrentados con Turquía) son aliados de Rusia, mientras el gobierno de Erdoğan ha dado apoyo activo y pasivo a los rebeldes sirios. La posición del turcos en contra de Bashar al Asad sólo ha servido para provocar que Rusia entre con Irán dentro del barrizal sirio e iraquí. En definitiva, en menos de un año Rusia y Turquía han pasado de socios comerciales a enemigos.
La política exterior turca fortalece el eje chií y topa con la operación militar que coordinan Rusia e Irán
Los errores de los turcos han sido importantes, ya que han aumentado la dependencia hacia Rusia mientras entraban en conflicto con Moscú, sus aliados, y los consiguientes intereses geopolíticos. Las amenazas que lanzó el presidente turco contra Putin ponen en evidencia la debilidad de la posición de Ankara. El motivo de todo esto es bien sencillo: se ha iniciado una operación militar en Siria, donde Rusia se encarga del flanco aéreo (sin contar el suministro militar y el apoyo diplomático) e Irán del terrestre. El hecho de que esta operación se lleve a cabo -y se extienda a Irak- tiene dos consecuencias directas: fortalece el eje chií (enfrentado a las potencias suníes) y al mismo tiempo consolida a Rusia (ante la evidente retirada norteamericana) como potencia estabilizadora en Oriente Medio. En palabras mucho más simples: Rusia no tiene ningún interés de romper con dos de sus aliados históricos a cambio de hacer dos centrales nucleares y perder poder regional.
Problemas en Egipto, Libia, y la Franja de Gaza
Otro gran cúmulo de errores lo encontramos en Egipto, Libia y la Franja de Gaza. Después de apoyar a los Hermanos Musulmanes de Mursi y a sus aliados -Hamàs- en Gaza, Erdoğan topó frontalmente con el nuevo gobierno egipcio de Abdelfatah Al Sisi, especialmente cuando este último persiguió la cofradía y cortó toda conexión de aprovisionamiento que tenía Hamás. Las consecuencias de todo esto fueron bastante duras: creció el terrorismo en el Sinaí mientras, paralelamente, se iniciaba una proxy war en Libia que debilitaba la frontera oeste de Egipto ante el terrorismo. A medida que pasaban los meses, con los Hermanos Musulmanes fuera de combate y con el avispero del Sinaí en una situación de calma tensa, la política exterior turca quedó nuevamente aislada y pendiente de la situación de Libia.
En el país que dirigió Gadafi encontramos nuevamente un barrizal donde Turquía no ha sabido salir. La división entre la Cámara de Representantes -de posiciones laicas, liderada por el general Hafter, con capital en Tobruk y con el apoyo diplomático y técnico de Egipto- y el Nuevo Congreso General Nacional -con capital en Trípoli, donde destacan el Partido de la Justicia y los Hermanos Musulmanes, bajo apoyo diplomático de Turquía- ha llevado a una guerra fría entre egipcios y turcos. A todo ello aún hay que añadir las tribus touareg en el oeste, así como el Estado Islámico en la zona costera de Sirte y las milicias radicales que campan por el país. A pesar del caos que reina, la propuesta de un gobierno de unidad (con la firma pospuesta ad eternum) y el caso de corrupción que afecta al enviado de la ONU, el español Bernardino León, ha dejado a Turquía en un callejón sin salida, ya que el estancamiento de la situación les ha dejado sin poder ganar ningún tipo de influencia. Curiosamente, los egipcios también se han acercado a Rusia, limitando aún más la posición turca.
Turquía ha quedado aislada debido a su política exterior y busca una salida con la UE
Así como Erdoğan ha sido muy hábil a la hora de boicotear cualquier negociación para formar gobierno y dirigir su país hacia unas nuevas elecciones, el otomanismo que ha aplicado en su política exterior no ha dado grandes resultados. El hecho de aislarse de la OTAN y entrar en la Guerra Civil de Siria ha sido fútil: sólo ha servido para disminuir cualquier opción de convertirse en una potencia nuclear y la ha llevado a enemistarse con una Rusia que es la principal valedora de Siria, Irán y -según el día que tengan los Estados Unidos- de Irak.
Teniendo en cuenta que la aventura de Turquía en la antigua zona de influencia otomana sólo les ha llevado derrotas y estancamientos, es normal que quiera salir del aislamiento (la permanencia dentro de la OTAN no les ha beneficiado ante los rusos) entrando en un club -la UE- que está en horas bajas y necesita de nuevos pilares de influencia, especialmente ante un Reino Unido cada vez más alejado y de una Francia debilitada. ¿Cómo se explica este europeísmo del que se ha contagiado el presidente turco? A tenor de la política exterior, los cálculos dirían que busca más influencia en la antigua Yugoslavia y cubrirse las espaldas por su enfrentamiento con los rusos, cosa que entrando en la esfera serbia no pasará.
Los últimos meses enseñan que Turquía es un gigante con pies de fango que ha quedado muy tocado después de aventurarse más allá de sus fronteras. Paralelamente, mezclar su antigua zona de influencia con la OTAN sólo ha servido para demostrar las limitaciones atlánticas. De esta manera, y por mucho que algunos confundan tener el PIB de Italia con que los T-90 sean pizzas Margherita y el Derecho a Veto en el Consejo de Seguridad una botella de limoncello, se ha demostrado que en Oriente Medio mandan los grandes. En un momento donde los Estados Unidos están de retirada y todo el mundo desconfía de Turquía, se hace evidente que la gangbang otomana de Erdoğan no ha salido muy bien, evidenciando la fuerza de una potencia (Rusia) a quien hace menos de un año se daba por muerta y que ahora se reúne con todos los actores de Oriente Medio como principal herramienta estabilizadora. Al fin y al cabo, la influencia sólo puede funcionar si está acompañada de pragmatismo, derecho a veto y una industria armamentística potente. Turquía sólo cumple parcialmente el último punto, y su trayectoria sólo ha servido para ejemplificar que una economía medianamente fuerte no sirve para cambiar el tablero de ajedrez regional. De hecho lo ha girado aún más en su contra, demostrando la profunda volatilidad de la política exterior.